Mi trayectoria está profundamente ligada al sentido de la vida que sigo persiguiendo desde la infancia: comprender la esencia del mundo que nos rodea. Seguramente existe una infinidad de vehículos que nos permiten viajar y explorar la vida que tenemos pero a mí me cautivó la fotografía para emprender este viaje. Al principio creía que iba a retratar el mundo de afuera pero ahora sé que solo puedo ver fuera lo que ya vibra en mí. La trayectoria podría definirse entonces como el puente que une los mundos, el exterior con el interior, lo visible con lo invisible. Luego es una cascada de niveles de comprensión, fruto de la perseverancia y de la fe en el misterio. Mi trabajo se llamó en un momento “En los márgenes de lo Invisible”, que era el resultado de una serie de fotografías tomadas en una isla del Pacifico en las costas chilenas, cuando trabajaba como guarda parque. Fue la forma que encontré para acceder a la magia de la Isla Damas, virgen y misteriosa. Tenía que llegar ahí, en los extremos de este mundo, para reconocer los extremos de mi propia vida. Fue un momento clave en mi camino artístico, ya que habiendo sido completamente re-definido por dramáticos terremotos existenciales, pude elevar al nivel de la consciencia una practica fotográfica que llevaba inconscientemente desde hacía años: trabajar con lo Invisible. Para sostener estos terremotos existenciales tuve que aprender a meditar, a aceptar, a entregarme, a confiar en que las respuestas no están en el primer plano de la realidad inmediata… que muchas veces hay que cerrar los ojos, ir a dentro, respirar hondo y sentir en vez de ver. Saint Exupery decía que “solo se puede ver bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos“. Y así fotografío. Sentir, respirar, cerrar los ojos y ser lo que hay alrededor. Luego abro los ojos y saco la foto, que crea el puente entre el exterior y el interior. Ser lo que hay, aunque sea un micro segundo, pero serlo.
Mi trabajo con los elementos me lleva a comprender que quizás la vida se manifiesta a través de la materia, usando los 4 portales fundamentales que son los 4 elementos. Seguramente el Agua es el más prolífero, pero los otros tienen también sus maneras de conversar con la intención de la vida. Y es diferente la sensación que se experimenta en el cuerpo al fotografiar la Tierra, el Aire o el Fuego. El Aire es el más sutil, está por todas parte, él da las formas a las nubes, está entre ellas, aparece bailando en las hojas de los árboles o se desliza sobre la superficie del agua o de un campo de trigo, se carga de humo, más bien se disfraza de humo. Al sacar una foto del Aire, cuando uno se conecta a través de la meditación, se pueden experimentar sensaciones físicas muy diferentes que si se fotografía una roca. En este caso estamos conversando con algo que se acerca a la eternidad, algo que no se moverá nunca, y es interesante buscar en sí mismo lo que tampoco se moverá, y luego apretar el disparador... Pero también ya he retratado piedras grandes rodeadas de sus propios pedazos que se habían caído a lo largo de los milenios, se siente entonces la temporalidad de una roca, su vida, sus ciclos, su lenta desaparición. La roca ya no es una simple roca, la roca es parte de usted. Y así vamos cambiando poco a poco la relación con la imagen. Ya no se trata de capturar, atrapar, fijar sino de ser y reconocer el lazo que tenemos con todo lo que nos rodea. Los 4 elementos se transforman entonces en unos maravillosos canales de conocimiento como de auto conocimiento. Al fotografiar el Fuego se siente la misma fascinación y el mismo miedo que la humanidad ha sentido desde que se relacionó con él. Editar en lightroom (programa de edición) el Agua o el Fuego es completamente diferente... Opuestos perfectos, al agua hay que sumar y al fuego hay que restar, luz, contraste, saturaciones... Lo que en el fondo es lógico, el Agua aporta y el Fuego quita. Una foto del Aire puede ser muy rápidamente editada, la Tierra mineral requiere más tiempo para revelarse... No tienen los mismos parámetros de tiempo... Pero todos conectan a lo que tenemos muy a dentro, a lo que no tiene forma pero sí muchos nombres: Qi, Quintaesencia, Éter, Alma... Y allí está toda la realización del Arte: Transformarse, transmutar lo que aparentemente no tiene vida en vida, y reconocerlo como su propia vida.
A partir de ahí se abrió una relación de intimidad con la materia, o más bien con sus fieles representantes, los cuatros Elementos. Se ha escrito muchísimo sobre ellos, pues nos acompañan desde que la humanidad existe, bajo nombres o visiones diferentes pero siempre han sido los puentes hacia el otro mundo, el que no está manifestado en la materia. Esenciales en el mito de los griegos, fundamentales en la cultura ancestral de los chinos, indisociables en el mundo de los Espíritus de los chamanes, en los dioses de la cultura afro-brasileña y en la materia en proceso de purificación para los Alquimistas… Todos tratan de responder la misma pregunta: ¿Cómo se relaciona la vida entre lo Visible y lo Invisible?
Hoy me doy cuenta de que esta pregunta es una parte de la tela de fondo de mi trayectoria artística. La otra parte es la necesidad de que mi arte sirva, que tenga utilidad humana, que participe en reunir el ser humano con la Madre Tierra, que volvamos a reconectar con lo profundo, con la esencia de la vida.
Fotografiando el mundo de los elementos me sorprenden las formas, los seres, los cuerpos humanos o animales que aparecen en muchas de las imágenes. De allí me vienen más preguntas que respuestas, ¿cómo se diferencia nuestro poder imaginativo con el poder creativo de la vida? La teoría de los campos mórficos podría dar una parte de la explicación pero, a la vez, querer saber es abandonar el misterio y limitar la magia a los marcos de la racionalidad. Mientras tanto sigo mi camino a través de los elementos con la mirada de un niño que descubre el mundo.